Friday, September 12, 2008


Larga vida a las flores del mal

CON DIEGO CAPUSOTTO

Sesos, under y rock and roll


Nelson Díaz, enviado a Buenos Aires, publicado en la revista Caras y Caretas de Uruguay.

La cita está pactada a las 15 horas en Barracas, barrio donde Capusotto vive junto a su esposa y sus dos hijas. El lugar elegido es El Progreso, un antiguo bodegón, típicamente porteño, donde el actor es habitué.
Capusotto llega unos minutos antes de la hora coordinada y pide un café. Viste zapatillas, un jean y un buzo de color claro (me animaría a afirmar que es el mismo pulóver que llevó a la entrega de los Martín Fierro, cuando recibió dos estatuillas: a mejor programa humorístico y a mejor labor humorística masculina). No tiene nada de actor star. Por el contrario, parece un hombre que salió a dar una vuelta por el barrio o a comprar los comestibles que hacen falta para cocinar.
Ícono del under porteño desde finales de los 80, junto a Alfredo Casero y Fabio Alberti llevaron adelante Cha, cha, cha, que se transformaría en programa de culto para sus seguidores. Junto a Alberti crearía otra criatura de culto de la televisión: Todo por dos pesos. Ahora, con Peter y sus videos (canal 7) repite el plato. La galería de personajes imaginados junto a Pedro Saborido, como Juan Carlos Pelotudo, el rock star Pomelo, el accidentado cantante Beto Quantró, el de protesta sesentero Bombita Rodríguez, el de heavy metal Quiste Sebáceo que sisea, o el emo cuya vida es una crisis existencial continua, son algunas de sus creaciones que no descansan en youtube.com. Y que, como era de esperar, no se emiten en Uruguay.
Con ustedes, Diego Capusotto.

–Tus trabajos en televisión mantienen la impronta under. ¿Cómo se logra defender esa independencia en un medio tan masivo?
–Comencé con un curso de teatro convencional en el 86. En esa época empecé a armar con otra gente cosas relacionadas al humor y trabajaba en los espacios que uno mismo iba buscando, en los pocos espacios que había para poder expresarse. Y eran espacios que no estaban ligados al circuito comercial, obviamente. Después de cinco años apareció la televisión con De la cabeza y Cha, cha, cha. Eso empezó en el 92 a partir de una idea de Roberto Chenderelli, que se le ocurrió hacer un programa de humor con gente que venía de esos espacios y que no era conocida en los medios, salvo algunos, como Daniel Araoz o Roberto Pettinato, que ya eran más conocidos. Después se hace toda una bola y aparece Cha, cha, cha.
–Y Todo por dos pesos.
–Exacto, empezamos a tener un trabajo más cercano a los medios pero siempre haciendo cosas vinculadas a ideas propias. Quiero decir, programas donde uno se sienta y los arma, independientemente de que estés en un medio donde hay un productor, donde tenés que negociar y ese tipo de cosas que son siempre molestas pero que en definitiva es parte del negocio. Pero la idea, el concepto del programa, siempre fue de parte nuestra. Siempre con una cabeza de grupo.
–Tu humor y el de la barra a la que referís campea entre el absurdo y el surrealismo. Infiero a Buster Keaton como uno de los referentes.
–(Se ríe) A Buster Keaton lo tengo como un gran referente casi poético. No porque quiera ser como él porque sería un imposible, sino como una figura con la cual uno proyecta un espacio afectivo y poético entre lo que él hace y lo que uno observa de él. Es parte de mi referente como otra gran cantidad de humoristas. Me parece que el humor, de alguna manera, siempre es absurdo. Porque muchas veces es absurdo lo cotidiano. Lo que hago es transformar lo cotidiano y la realidad en otra cosa que uno se inventa. El humor es una manera de desvirtuar la realidad. Y el humor desacraliza, está en contra de los poderes y los dogmas.

TRANSFORMAR LA REALIDAD
–El tuyo es corrosivo, algo que no sucede con otro tipo de humor.
–Claro, hay un humor más básico, donde se sabe de antemano lo que va a pasar. Esto no es una transformación de la realidad. Es como tomar lo más básico y burdo de la realidad. Ése es el humor de guiño entre un tipo y otro haciendo referencia al culo que tiene esa mina, que está puesta como una especie de maniquí para que circule una especie de humor más primario entre tipos. Esa cosa de hacerse el piola. No es un humor que nosotros practiquemos, aunque mucha gente se ría de eso. Estoy de acuerdo con lo que decís: estoy vinculado al humor corrosivo, porque hay una parte del humor que mira la realidad, no le gusta lo que ve y se burla de eso. Y ese burlarse es una manera de tener un sustento ideológico sobre lo que pasa y sobre lo que nos rodea. También es parte de un juego casi infantil de disfrazarse, de refugio, de jugar y de huir de lo trágico.
–Lo lúdico está presente en la creación de tus personajes. Se nota que antes que el público, el que te divertís sos vos. ¿Cómo nacen los personajes?
–En general, a partir de lo que uno ve cotidianamente. Lo que hago es transformar ese personaje y darle otro sentido al que le es habitual en la realidad. En el caso de lo que hacemos con Pedro hay personajes que forman parte del folclore del rock, ciertos íconos y conductas, ciertos personajotes que andan por el rock circulando y que, de alguna manera, uno los parodia. Después también nos nutrimos de situaciones tomadas del folclorismo que uno las exacerba y las coloca en otro lugar. Es como el caso de este cantante al que nosotros le decimos “el uruguayo” porque me salió esa cosa del tipo que habla “vo, vo”... El tipo le pide a Dios que la gente le pida otra y de golpe el público empieza a pedirle otra, y otra y otra... Y pasan los años, la gente continúa pidiéndole otra y el tipo termina envejeciendo y maldiciendo su suerte. De alguna manera, siempre son situaciones referenciales al mundo de la realidad, no a lo real. Lo real puede ser lo que ve por debajo, ¿no? Ésta es una apreciación propia. También esto de la ensoñación, de inventarse un mundo paralelo más feliz donde uno es parte más activa. De lo que pasa con el inconsciente y lo que hacían los surrealistas.
–Antonin Artaud...
–Lo admiro profundamente. Artaud tenía lecturas sobre lo que veía que a veces son similares a las que nosotros podemos tener. Me acuerdo de que en el libro El teatro y el doble él habla de una película de los hermanos Marx y no se queda simplemente en la convención de que es una película de humor y son tres disparatados que hacen reír, sino que hace una lectura de eso que pasa. Y termina siendo una lectura interesante. Es un poco de lo que nosotros venimos hablando. De cómo uno inventa otro mundo paralelo al conoce. Incluso Artaud habla de que el humor es un poco desintegrar lo social. Hay algo anárquico, hay una ruptura en los sentidos, anarquizando las convenciones. En las convenciones entran los buenos modales, la educación, la moral. Cuando se ven esas películas, casi que hay un mundo de ensoñación, porque es ficción lo que estás viendo pero hace un mundo más perfecto. Me pasa cuando veo las películas de los hermanos Marx que pienso que esos personajes me terminan siendo más interesantes en lo ficcional que la realidad. Es un mundo que me gusta más.
–En tus programas se reivindica mucho, a través de los videos, la música de los sesenta y los setenta.
–Claro, pero no tiene que ver con una cuestión inmaculada, tipo “ésa fue la época y todo lo demás no existe”. Fue un período también relacionado a momentos sociales que se vivían en el mundo, que hacían que uno experimentara con sonidos y que la música no estuviese tan conectada a lo comercial, y que los músicos dejaran realmente el alma en esa búsqueda musical. Por eso los discos eran tan distintos y buenos, había tantas bandas... Realmente se componía y había una búsqueda estética, sensible, acompañada de un sustento ideológico que a lo mejor no lo tenés tan claro discursivamente pero sí te acompaña, porque sos un ser sensible y la realidad te rodea. Hoy se ha perdido cierta pasión, hay una especie de aceptación de lo establecido, de lo malo, de la corporación mafiosa...
–Vuelvo a Artaud. Su búsqueda pasaba por la revolución individual antes que la social. ¿Cuánto hay de eso en tu arte?
–Estoy totalmente de acuerdo con lo que decís. Lo que pasa es que también soy sensible a las convulsiones sociales que emocionalmente, y también ideológicamente, te ponen en un lugar. Es decir, no soy un tipo a quien la realidad exceda y que no tome partido por lo que veo que está relacionado a lo político. Tomo partido porque también eso termina teniendo una influencia en el hermano, en el otro. Por eso estoy atento a todos esos movimientos y convulsiones sociales. Todo parte de la esencia humana. Hay que estar atento a lo que pasa afuera. Eso, de alguna manera, dicta una especie de modelo de conducta en la gente. Creo que Artaud sabía que lo dogmático de la política trae siempre malos resultados en definitiva, porque termina siendo la lucha de sectores contra sectores. Él apuntaba a una revolución profunda, porque desde ella probablemente podías prescindir de los voceros políticos. Lo que pasa es que, como suele pasar en la vida, hay pocas cabezas así. Y esas cabezas siempre chocan contra lo establecido.
–Estás en un canal estatal que suele ser, como todos los canales estatales, la cenicienta de la televisión frente a los grandes grupos económicos de emisoras privadas. Sin embargo, tenés una legión de seguidores.
–De alguna manera estamos en un lugar casi romántico. Yo nunca me la creí. Hay un lugar en los medios en el que asumo estar y acepto estar –cosa en que los medios es muy difícil– en la medida en que pueda autogestionarme. Por eso elegimos quedarnos en canal 7 y no irnos al 13, donde nos ofrecen hacer el programa pero siempre desde otro lugar. El 13 nos pone en un lugar de más exposición, también de más plata, de más producción, pero en realidad hay parte de una negociación que hacés en esos canales que yo no tengo ganas de hacer con el programa. Entonces prefiero quedarme en un lugar donde no hay ningún tipo de negociación. El programa, así como es, sale. Entonces como la lucha estúpida del rating no nos toca ni nos pertenece, terminás estando en un lugar privilegiado. Los saludos que nosotros recibimos tienen que ver con gente que ve y realmente le gusta lo que hacemos. Se transforman en nuestros compinches. De alguna manera, uno empieza a sentir que es portavoz de algo. Si yo estuviera en televisión haciendo otra cosa, probablemente los saludos o las referencias que tendría como hombre de los medios serían distintas, ¿entendés? Si me fuera a trabajar a Gran Hermano o a Bailando por un sueño, me saludarían la misma o más cantidad de gente, pero por algo que no es mi proyección. De hecho, nunca lo haría. Estoy en el lugar donde elegí.

Morder el anzuelo

Un extraño proyecto da vida a una historia original y divertida, donde no faltan a la cita jeques, políticos y terroristas. La pesca del salmón en Yemen, primera novela de Paul Torday, está publicada por Salamandra. Año: 2007. Distribuye Océano.Lo reconozco. El título del libro tiene poco “gancho” como para adentrarse en sus páginas. Sorteada esa primera y errónea impresión, la primera novela de Paul Torday seduce desde el inicio.
La historia es bellamente extraña y políticamente incorrecta. Dividida en 31 capítulos, campea el absurdo –al mejor estilo del teatro de Alfred Jarris– y tiene como protagonista al doctor Alfred Jones, empleado del Centro Nacional para el Fomento de la Piscicultura. El muy reputado investigador de esta disciplina recibe una extraña misión. Su jefe le pide evaluar un proyecto rocambolesco: introducir el salmón en Yemen.
En Los orígenes del Proyecto Salmón en Yemen, capítulo que abre el libro, el científico recibe varios memorandum, faxes y cartas, que informan al protagonista y al lector de qué va el asunto. La idea es original porque da la sensación que ambos (personaje/ lector) se van adentrando de forma simultánea en la trama.
Jones le comenta a Mary –su mujer– el proyecto, y decide desestimarlo por considerarlo totalmente imposible e inaudito. El problema para él, y deleite para nosotros, es que ignora que detrás de tal dislate se encuentran varios personajes peligrosos. Por ejemplo, el poderoso jeque Mohamed ben Zaidi bani Tihama, cuyo verdadero objetivo es exportar la pesca del salmón a las montañas de Yemen. El otro que conspira desde las sombras es Jay Vent, nada más ni nada menos que el primer ministro de Inglaterra, que ambiciona mejorar la imagen de su país en Medio Oriente.
Descacharrante es el capítulo 10, cuando el periodista televisivo Andrew Marr que conduce el programa El show de la política en el canal BBC1, lo entrevista sobre el asunto, al que define como “descabellado”, y el político le responde que su amigo (el jeque) es un hombre visionario y que se trata de una “idea heroica”.
Para disfrute del lector, Torday intercala desde artículos de prensa sobre el proyecto hasta fragmentos del diario personal del doctor Jones, quien describe desde su noche de bodas hasta sus problemas conyugales. Pero resta otra vuelta de tuerca: los miembros de Al Qaeda en Yemen deciden boicotear el proyecto, lo que lleva al pobre Jones a verse involucrado en una intriga política internacional, entre políticos ambiciosos, jeques dueños del oro negro, terroristas esquizofrénicos y el conflicto bélico en Medio Oriente.
La historia representa el mundo de hoy: clase política devaluada, terroristas en pie de guerra, ambición y violencia sin fin.
La pesca... es una novela dotada de un engranaje contundente, una estructura originalísima y un fino y corrosivo humor. Vale la pena morder el anzuelo.