Con
el escritor Santiago Roncagliolo
García Lorca y Enrique Amorim, un amor oculto
El
autor de Abril
rojo
estuvo en Montevideo para presentar El
amante uruguayo. Una historia real,
en torno a la relación homosexual entre el escritor uruguayo Enrique
Amorim y García Lorca, y la posibilidad de que los restos del
granadino estén sepultados en Salto. (Publicado en Caras y Caretas, de Montevideo, Uruguay)
1
-Es
un libro infame. Roncagliolo sólo hace hincapié en la condición
homosexual de Amorim.
-Lo
muestra (a Amorim) como un trepador. Como un tipo que se rodeaba de
escritores y artistas famosos, para pertenecer a ciertos círculos de
la intelectualidad. Y lo deja malparado, como una mariquita.
Esta
dos frases, entre otras, fueron escuchadas por quien escribe a otros
colegas en torno a El
amante uruguayo. Una historia real,
de Santiago Roncagliolo, editado por Alfaguara
en Uruguay -también circula en el medio una edición de Editorial
Alcalá- que narra
la relación de amor entre Enrique Amorim y García Lorca.
Le
siguieron además otras críticas, ya no orales, sino impresas, como
la de Alfredo Alzugarat en El Cultural de El País, bajo el título
“La memoria traicionada”. A lo largo de tres páginas, Alzugarat
deja en claro todo su descontento con Roncagliolo, mofándose cada
dos o tres párrafos de “una historia real”, tal es el subtítulo
del libro, a la que considera falsa.
¿Qué
es lo falso? La hipótesis de que los restos de García Lorca se
encuentren en un osario en Salto es solo eso: una hipótesis. Se
afirma que Roncagliolo (que además siempre habla de indicios, no de
pruebas) lo usó como gancho -el cerebro de la “operación” fue
el editor español- para transformarlo en un bestseller. ¿Y cuál
sería el problema? De estar vivo Amorim sería el primero en
agradecérselo. Él mismo intentó en varias oportunidades -sobre
todo en los últimos años de su vida- darle publicidad al hecho. Es
el mismo Amorim que se hizo pasar por Jean Paul Sartre en una reunión
ante Charles Chaplin. El mismo que dijo que Pablo Neruda estaba
escondido en su casa “Las Nubes”, en Salto. Amorim buscó toda su
vida estar en el calendero. Fue camaleónico y mitómano. Un grupie
de los escritores. Todos sus actos públicos fueron para ganarle al
olvido, para conquistar la posterioridad, a sabiendas, acaso, que era
un escritor mediocre. (El
paisano Aguilar y La
carreta, apenas
llegan a “aceptable”).
¿Qué
es lo falso? La afirmación de que mantuvo una relación amorosa con
García Lorca es cierta. La correspondencia del salteño así lo
demuestran. Y que el libro no está bien documentado es otro de los
argumentos falaces esgrimidos por Alzugarat.
Resulta
paradójico pues la pacatería y ortodoxia de ciertos hombres de la
cultura vernácula. El artículo de marras tiene cierto tufillo a una
melànge entre nacionalismo provinciano y chauvinismo. Solo faltó
escribir que no era de orden que un “peruanito” se metiera en la
vida de un escritor uruguayo y sacara a relucir su vida privada, o un
aspecto de ella.
2
En
la foto, en riguroso blanco y negro, se observa una parte del
monolito que Enrique Amorim levantara en homenaje a García Lorca.
Detrás hay un vallado y mucha gente. También un cerco policial, lo
que le confiere a la imagen un tinte `de funeral con honores de
Estado'.
“¿Ves
el que está en primera fila mirando esa extraña caja rectangular
blanca? Es Amorim. Mirá con qué atención la observa. Tiene el
tamaño y la forma de un osario”, me dice un entusiasmado Santiago
Roncagliolo. El monumento, el primero en todo el mundo en su
homenaje, lleva inscripto el final de `El crimen fue en Granada', el
poema que le dedicó Antonio Machado. El monolito fue obra de su
amigo y amante, Enrique Amorim, hombre adinerado, escritor, mecenas y
todo un precursor del marqueting editorial.
La
instantánea fue sacada en Salto, en 1953, diecisiete años después
del asesinato del autor de `Yerma' pero, tecnología mediante, el
autor la lleva consigo en su celular. La pantalla táctil se apaga y
volvemos al presente. Estamos en el hotel Splendid, donde funcionó
el mítico Cervantes, el mismo que inspiró “El mago inmortal” de
Bioy Casares y donde Cortázar escribió “La puerta condenada”.
En
unas horas, Roncagliolo (Lima, 1975) presentará El
amante uruguayo. Una historia real en
Montevideo (tan pacata como la de Amorim, donde también se lo
acusará de “mentir” sobre la condición sexual de Amorim, como
si esto fuera el núcleo del asunto).
La historia tiene un
halo de misterio que sirvió de disparador (así lo olfateó el
editor español) para que el autor aceptara tamaña empresa. Es que
ese día de 1953, Amorim dejó entrever que esa caja blanca contenían
los restos del granadino, al que había conocido en el 34, cuando lo
conoció en la Montevideo. García Lorca estaba en Buenos Aires para
el estreno de “Bodas de Sangre” y a instancias de la gran Lola
Membrives recaló en Montevideo (en el hotel Carrrasco) para terminar
el último acto de “Yerma”. Amorim prácticamente lo secuestró y
la pasaron más que bien. De hecho, las únicas filmaciones de García
Lorca realizadas fuera de España son autoría de su amante uruguayo.
El gran Federico regresó a España y la historia es archi conocida.
Fue fusilado por el franquismo y se desconoce en destino de sus
restos. Un misterio cuya respuesta, acaso, se encuentre a miles de
quilómetros del asesinato y a pocos de Montevideo. La caja, casi
sesenta años después, continúa intacta, bajo tierra. Cerca, muy
cerca, de los resto de Quiroga. Restos que también fueron traidos
por Amorim desde Buenos Aires.
3
-Este
es un libro por encargo. Soy un sicario, --dice Roncagliolo y se ríe.
Le comento entonces el malestar por estos lares. “Siempre me meto
en todo tipos de líos, así que una pelea con intelectuales en un
país civilizado es como mi mayor progreso. Es lo más amable que me
ha pasado. Hasta ahora había tenido amenazas judiciales o de
muerte”.
El
autor, que estuvo viviendo en Montevideo, investigando en la
Biblioteca Nacional, en el Sodre, en Cinemateca, y visitó “Las
Nubes”, la casa de Amorim en Salto, hoy convertida en museo, se
sintió atraído por la historia de la posible tumba de García
Lorca, hasta que Amorim (el personaje) lo sedujo.
“Hay
muchísimos indicios sobre que los restos pueden estar en Salto. (N.
de R: Uno es el misterioso viaje que Amorim hace a Europa con
paradero desconocido unos meses antes de inaugurar el recordatorio).
Lo que ocurre es que conforme comienzo a investigar descubro que
Amorim ha regado con indicios falsos todo el resto de su vida.
Entonces empiezo a pensar que es mucho más fascinante este
personaje que lo que hay en la caja. Si los restos de García Lorca
están ahí, bien, pero si no podría hacer un ridículo mortal. En
cambio, podía hacer un libro muy bueno, con una historia
espectacular, que va a sobrevivir haya lo que haya adentro. Este
libro es parte de la historia del arte del siglo veinte a través de
los ojos de Amorim”.
El
libro se transforma en una instantánea sobre lo que ocurría en la
escena intelectual entre las década de treinta y del sesenta.
Desfilan Picasso, Louis Aragon, Borges, Quiroga y Neruda, por citar
algunos de los popes. También su adhesión al Partido Comunista, al
cual se afilió en el 46, en un acto de masas en el Luna Park de
Buenos Aires y con aplauso cerrado.
Todos sus actos, como si
se tratara de un prestidigitador, lograba promocionarlos, en tiempos
que la condición de mediático no se había inventado. Es
interesante tener en cuenta que fue discípulo de Horacio Quiroga, el
primer escritor uruguayo profesional y luego se hace amigo de García
Lorca, otro precursor de lo mediático, en el sentido que su sola
presencia concitaba la atención. Y Amorim, siguiendo esos pasos,
hizo de su vida la mejor novela que nunca pudo escribir.
“Creo
que eso fue lo que él planeó. Era tan hábil y sabía que su gran
historia era esta. Se formó, desde una perspectiva privilegiada, en
Letras Hispanas de este planeta, pero no podía contarla. Implicaba
revelar la homosexualidad de algunos, algunas cosillas del Partido
Comunista, era meterse en muchos líos. En sus últimos años, antes
de morir, dejó toda su vida para que venga alguien más y la cuente.
Y va dejando migas como Hansel y Gretel para que sigamos esta
historia. Y lo hace con tanto talento como para que cincuenta años
después alguien busque un escritor para escribirla. Y yo con tanta
suerte que me toca a mí. El monumento a García Lorca es una trampa
durísima. Si ahí están los restos, Amorim pasa a la Historia como
el tipo que tuvo durante todos estos años su cuerpo. Pero sino
está... él nunca dijo que esté! Es genial”.
Hay
otra lecturas posibles, tantas como estemos dispuestos a imaginar.
¿Intentó en ese misterioso viaje traer los restos y no lo
consiguió? ¿No pudo con su condición e igual armó la mise en
scène? ¿Fue víctima de una estafa y adquirió -dinero e
influencias tenía y de sobra- restos falsos y murió creyendo que
eran los verdaderos?
No
hay respuesta. O acaso una: “Es imposible saber qué es lo que él
quiere hacernos creer, qué es lo que él cree y qué pasó en
realidad. Creo que muchas de las cosas aparecen en el libro no es
que quiera que las creamos, es que él las cree verdaderamente.
Cuando se encuentra con Picasso y este no le dice nada, y esto es muy
significativo, interpreta el silencio de Picasso como una franca
invitación a la amistad. O como cuando hay un evento con diez mil
personas y él cree que Picasso lo reconoce y lo saluda entre la
multitud. Cuando estamos enamorados tenemos la percepción alterada.
Creemos que están más pendientes de nosotros de lo que ocurre en la
realidad. Amorim estaba enamorado de García Lorca y de los grandes
artistas”.
4
Roncagliolo
bebe una prosaica agua mineral mientras la temperatura se hace sentir
en Montevideo. Cuando vino la última vez era invierno, pleno julio
dice con precisión, y se afincó en el barrio Palermo. Recuerda el
frío y la hospitalidad criolla. Y dando muestras que es un tipo
contracorriente habla con gratitud de los empleados públicos
uruguayos. “En todos lados donde fui a investigar me trataron muy
bien. En la Biblioteca Nacional coincidió que un día había paro y
al otro jugaba Uruguay. Al ver mi cara de desesperación, me dijeron,
`bueno, si quieren ven fuera del horario y cubre las horas'. Jamás
un empleado público de un país me había dicho eso en la vida”.
Lo
vuelvo al carril y le pregunto cómo dilucidar el misterio de la caja
blanca. Se encoje de hombros como dando por sentado que ya no es
trabajo de él. “Le escribí a mi editor y le planteé de ir a
Salto y hablar con las autoridades municipales, con alguna Fundación,
para buscar la manera de abrir la caja y saber finalmente qué hay en
ella. A los tres día, el editor me contestó: `Yo creo que tu no
tendrías que poner un pie en Salto'. Pero espero que cuando se les
pase la rabieta se den cuenta que tienen una caja muy sospechosa y
que no estaría nada mal saber qué hay en ella”.
¿Y
sobre aquellos que dicen que abusó en el libro de la condición de
homosexual del salteño?. “La evidencias son abrumadoras y a mi no
me parece mal que fuera homosexual. Es raro porque quienes critican
que escriba sobre eso en realidad es a ellos que le molesta. Son
ellos los homófobos, no yo. Pero además no era un tema
innecesario. Era fascinante mostrar cómo vivían los homosexuales,
cómo se escondían, cómo usaban palabras para hablar de esto,
escribían poemas entre ellos que se transformaban en códigos. ES
una crónica de cómo vivían su homosexualidad tipos que eran
geniales, talentosos, en un medio relativamente liberal. Es parte del
peso político del libro. Homosexual no es un insulto, ser homófobo
sí. Y los supuestos defensores de Amorim son homófobos. Por eso
Amorim y su esposa dejaron todo esto para que viniera alguien a
investigar. Sabían que estaban rodeados de intolerantes y
reaccionarios. Lo que nunca imaginaron es que sesenta años después
iban a seguir rodeados de intolerantes y reaccionarios”.