Friday, November 30, 2012

Nuevo y polémico libro de Santiago Roncagliolo


Con el escritor Santiago Roncagliolo


García Lorca y Enrique Amorim, un amor oculto


El autor de Abril rojo estuvo en Montevideo para presentar El amante uruguayo. Una historia real, en torno a la relación homosexual entre el escritor uruguayo Enrique Amorim y García Lorca, y la posibilidad de que los restos del granadino estén sepultados en Salto. (Publicado en Caras y Caretas, de Montevideo, Uruguay)




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-Es un libro infame. Roncagliolo sólo hace hincapié en la condición homosexual de Amorim.
-Lo muestra (a Amorim) como un trepador. Como un tipo que se rodeaba de escritores y artistas famosos, para pertenecer a ciertos círculos de la intelectualidad. Y lo deja malparado, como una mariquita.
Esta dos frases, entre otras, fueron escuchadas por quien escribe a otros colegas en torno a El amante uruguayo. Una historia real, de Santiago Roncagliolo, editado por Alfaguara en Uruguay -también circula en el medio una edición de Editorial Alcalá- que narra la relación de amor entre Enrique Amorim y García Lorca.
Le siguieron además otras críticas, ya no orales, sino impresas, como la de Alfredo Alzugarat en El Cultural de El País, bajo el título “La memoria traicionada”. A lo largo de tres páginas, Alzugarat deja en claro todo su descontento con Roncagliolo, mofándose cada dos o tres párrafos de “una historia real”, tal es el subtítulo del libro, a la que considera falsa.
¿Qué es lo falso? La hipótesis de que los restos de García Lorca se encuentren en un osario en Salto es solo eso: una hipótesis. Se afirma que Roncagliolo (que además siempre habla de indicios, no de pruebas) lo usó como gancho -el cerebro de la “operación” fue el editor español- para transformarlo en un bestseller. ¿Y cuál sería el problema? De estar vivo Amorim sería el primero en agradecérselo. Él mismo intentó en varias oportunidades -sobre todo en los últimos años de su vida- darle publicidad al hecho. Es el mismo Amorim que se hizo pasar por Jean Paul Sartre en una reunión ante Charles Chaplin. El mismo que dijo que Pablo Neruda estaba escondido en su casa “Las Nubes”, en Salto. Amorim buscó toda su vida estar en el calendero. Fue camaleónico y mitómano. Un grupie de los escritores. Todos sus actos públicos fueron para ganarle al olvido, para conquistar la posterioridad, a sabiendas, acaso, que era un escritor mediocre. (El paisano Aguilar y La carreta, apenas llegan a “aceptable”).
¿Qué es lo falso? La afirmación de que mantuvo una relación amorosa con García Lorca es cierta. La correspondencia del salteño así lo demuestran. Y que el libro no está bien documentado es otro de los argumentos falaces esgrimidos por Alzugarat.
Resulta paradójico pues la pacatería y ortodoxia de ciertos hombres de la cultura vernácula. El artículo de marras tiene cierto tufillo a una melànge entre nacionalismo provinciano y chauvinismo. Solo faltó escribir que no era de orden que un “peruanito” se metiera en la vida de un escritor uruguayo y sacara a relucir su vida privada, o un aspecto de ella.


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En la foto, en riguroso blanco y negro, se observa una parte del monolito que Enrique Amorim levantara en homenaje a García Lorca. Detrás hay un vallado y mucha gente. También un cerco policial, lo que le confiere a la imagen un tinte `de funeral con honores de Estado'.
¿Ves el que está en primera fila mirando esa extraña caja rectangular blanca? Es Amorim. Mirá con qué atención la observa. Tiene el tamaño y la forma de un osario”, me dice un entusiasmado Santiago Roncagliolo. El monumento, el primero en todo el mundo en su homenaje, lleva inscripto el final de `El crimen fue en Granada', el poema que le dedicó Antonio Machado. El monolito fue obra de su amigo y amante, Enrique Amorim, hombre adinerado, escritor, mecenas y todo un precursor del marqueting editorial.
La instantánea fue sacada en Salto, en 1953, diecisiete años después del asesinato del autor de `Yerma' pero, tecnología mediante, el autor la lleva consigo en su celular. La pantalla táctil se apaga y volvemos al presente. Estamos en el hotel Splendid, donde funcionó el mítico Cervantes, el mismo que inspiró “El mago inmortal” de Bioy Casares y donde Cortázar escribió “La puerta condenada”.
En unas horas, Roncagliolo (Lima, 1975) presentará El amante uruguayo. Una historia real en Montevideo (tan pacata como la de Amorim, donde también se lo acusará de “mentir” sobre la condición sexual de Amorim, como si esto fuera el núcleo del asunto). La historia tiene un halo de misterio que sirvió de disparador (así lo olfateó el editor español) para que el autor aceptara tamaña empresa. Es que ese día de 1953, Amorim dejó entrever que esa caja blanca contenían los restos del granadino, al que había conocido en el 34, cuando lo conoció en la Montevideo. García Lorca estaba en Buenos Aires para el estreno de “Bodas de Sangre” y a instancias de la gran Lola Membrives recaló en Montevideo (en el hotel Carrrasco) para terminar el último acto de “Yerma”. Amorim prácticamente lo secuestró y la pasaron más que bien. De hecho, las únicas filmaciones de García Lorca realizadas fuera de España son autoría de su amante uruguayo. El gran Federico regresó a España y la historia es archi conocida. Fue fusilado por el franquismo y se desconoce en destino de sus restos. Un misterio cuya respuesta, acaso, se encuentre a miles de quilómetros del asesinato y a pocos de Montevideo. La caja, casi sesenta años después, continúa intacta, bajo tierra. Cerca, muy cerca, de los resto de Quiroga. Restos que también fueron traidos por Amorim desde Buenos Aires.


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-Este es un libro por encargo. Soy un sicario, --dice Roncagliolo y se ríe. Le comento entonces el malestar por estos lares. “Siempre me meto en todo tipos de líos, así que una pelea con intelectuales en un país civilizado es como mi mayor progreso. Es lo más amable que me ha pasado. Hasta ahora había tenido amenazas judiciales o de muerte”.
El autor, que estuvo viviendo en Montevideo, investigando en la Biblioteca Nacional, en el Sodre, en Cinemateca, y visitó “Las Nubes”, la casa de Amorim en Salto, hoy convertida en museo, se sintió atraído por la historia de la posible tumba de García Lorca, hasta que Amorim (el personaje) lo sedujo.
Hay muchísimos indicios sobre que los restos pueden estar en Salto. (N. de R: Uno es el misterioso viaje que Amorim hace a Europa con paradero desconocido unos meses antes de inaugurar el recordatorio). Lo que ocurre es que conforme comienzo a investigar descubro que Amorim ha regado con indicios falsos todo el resto de su vida. Entonces empiezo a pensar que es mucho más fascinante este personaje que lo que hay en la caja. Si los restos de García Lorca están ahí, bien, pero si no podría hacer un ridículo mortal. En cambio, podía hacer un libro muy bueno, con una historia espectacular, que va a sobrevivir haya lo que haya adentro. Este libro es parte de la historia del arte del siglo veinte a través de los ojos de Amorim”.
El libro se transforma en una instantánea sobre lo que ocurría en la escena intelectual entre las década de treinta y del sesenta. Desfilan Picasso, Louis Aragon, Borges, Quiroga y Neruda, por citar algunos de los popes. También su adhesión al Partido Comunista, al cual se afilió en el 46, en un acto de masas en el Luna Park de Buenos Aires y con aplauso cerrado. Todos sus actos, como si se tratara de un prestidigitador, lograba promocionarlos, en tiempos que la condición de mediático no se había inventado. Es interesante tener en cuenta que fue discípulo de Horacio Quiroga, el primer escritor uruguayo profesional y luego se hace amigo de García Lorca, otro precursor de lo mediático, en el sentido que su sola presencia concitaba la atención. Y Amorim, siguiendo esos pasos, hizo de su vida la mejor novela que nunca pudo escribir.
Creo que eso fue lo que él planeó. Era tan hábil y sabía que su gran historia era esta. Se formó, desde una perspectiva privilegiada, en Letras Hispanas de este planeta, pero no podía contarla. Implicaba revelar la homosexualidad de algunos, algunas cosillas del Partido Comunista, era meterse en muchos líos. En sus últimos años, antes de morir, dejó toda su vida para que venga alguien más y la cuente. Y va dejando migas como Hansel y Gretel para que sigamos esta historia. Y lo hace con tanto talento como para que cincuenta años después alguien busque un escritor para escribirla. Y yo con tanta suerte que me toca a mí. El monumento a García Lorca es una trampa durísima. Si ahí están los restos, Amorim pasa a la Historia como el tipo que tuvo durante todos estos años su cuerpo. Pero sino está... él nunca dijo que esté! Es genial”.
Hay otra lecturas posibles, tantas como estemos dispuestos a imaginar. ¿Intentó en ese misterioso viaje traer los restos y no lo consiguió? ¿No pudo con su condición e igual armó la mise en scène? ¿Fue víctima de una estafa y adquirió -dinero e influencias tenía y de sobra- restos falsos y murió creyendo que eran los verdaderos?
No hay respuesta. O acaso una: “Es imposible saber qué es lo que él quiere hacernos creer, qué es lo que él cree y qué pasó en realidad. Creo que muchas de las cosas aparecen en el libro no es que quiera que las creamos, es que él las cree verdaderamente. Cuando se encuentra con Picasso y este no le dice nada, y esto es muy significativo, interpreta el silencio de Picasso como una franca invitación a la amistad. O como cuando hay un evento con diez mil personas y él cree que Picasso lo reconoce y lo saluda entre la multitud. Cuando estamos enamorados tenemos la percepción alterada. Creemos que están más pendientes de nosotros de lo que ocurre en la realidad. Amorim estaba enamorado de García Lorca y de los grandes artistas”.


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Roncagliolo bebe una prosaica agua mineral mientras la temperatura se hace sentir en Montevideo. Cuando vino la última vez era invierno, pleno julio dice con precisión, y se afincó en el barrio Palermo. Recuerda el frío y la hospitalidad criolla. Y dando muestras que es un tipo contracorriente habla con gratitud de los empleados públicos uruguayos. “En todos lados donde fui a investigar me trataron muy bien. En la Biblioteca Nacional coincidió que un día había paro y al otro jugaba Uruguay. Al ver mi cara de desesperación, me dijeron, `bueno, si quieren ven fuera del horario y cubre las horas'. Jamás un empleado público de un país me había dicho eso en la vida”.
Lo vuelvo al carril y le pregunto cómo dilucidar el misterio de la caja blanca. Se encoje de hombros como dando por sentado que ya no es trabajo de él. “Le escribí a mi editor y le planteé de ir a Salto y hablar con las autoridades municipales, con alguna Fundación, para buscar la manera de abrir la caja y saber finalmente qué hay en ella. A los tres día, el editor me contestó: `Yo creo que tu no tendrías que poner un pie en Salto'. Pero espero que cuando se les pase la rabieta se den cuenta que tienen una caja muy sospechosa y que no estaría nada mal saber qué hay en ella”.
¿Y sobre aquellos que dicen que abusó en el libro de la condición de homosexual del salteño?. “La evidencias son abrumadoras y a mi no me parece mal que fuera homosexual. Es raro porque quienes critican que escriba sobre eso en realidad es a ellos que le molesta. Son ellos los homófobos, no yo. Pero además no era un tema innecesario. Era fascinante mostrar cómo vivían los homosexuales, cómo se escondían, cómo usaban palabras para hablar de esto, escribían poemas entre ellos que se transformaban en códigos. ES una crónica de cómo vivían su homosexualidad tipos que eran geniales, talentosos, en un medio relativamente liberal. Es parte del peso político del libro. Homosexual no es un insulto, ser homófobo sí. Y los supuestos defensores de Amorim son homófobos. Por eso Amorim y su esposa dejaron todo esto para que viniera alguien a investigar. Sabían que estaban rodeados de intolerantes y reaccionarios. Lo que nunca imaginaron es que sesenta años después iban a seguir rodeados de intolerantes y reaccionarios”.