LAS
CRISÁLIDAS, DE JOHN WYNDHAM
Que
se mueren los raros
Publicada
originalmente en 1955, Las
crisálidas
se convirtió en un clásico de la ciencia ficción (o “novela de
anticipación” como suele llamársele) y elevó al escritor
británico John Wyndhan a la categoría de autor de culto. La nueva
edición -publicada por
New York Review Books Classics- permite
entonces acercarse a una historia que más de medio siglo después de
haber sido escrita mantiene plena vigencia.
No
es un detalle menor situar en contexto histórico la aparición de
Las crisálidas.
Cuando Wyndhan la pergeñó hacía apenas una década de los
bombardeos atómicos a Hirohima y Nagasaki. Entonces poco se sabía
(aunque algo se sospechaba) de la consecuencias letales que los
bombardeos tendrían, a nivel genético, en la generaciones futuras.
Y la historia está ambientada en un futuro apocalíptico. El lugar
se llama Waknuk, donde existe una sociedad fundamentalista -a nivel
religioso y genético- que no tolera a los raros. Estos “raros” o
“anómalos” incluye a todo ser vivo. No se salvan ni las plantas.
De hecho, si se detecta una planta que se aparta del “ideal”
(léase las normas de la creación divina) se quema en público
mientras se cantan himnos. Una sociedad “perfecta” (un punto
común con Un
mundo feliz,
de su compatriota Aldous Huxley) donde todo está perfectamente
controlado y alienado.
David,
el protagonista de la novela (al igual que John, el salvaje de Un
mundo...),
crece en el seno
de esta hermética sociedad viendo como los humanos “anómalos”
también están condenados a la destrucción, a no ser que consigan
huir a Bordes, un territorio salvaje en el que, según dicen las
autoridades, uno se puede fiar de nada y en el que el demonio hace su
trabajo. David crece con una frase que funciona como un mantra entre
los habitantes de Waknuk: “Mantén puro el rebaño del Señor,
cuidate de los mutantes”. El disparador, que pondrá en tela de
juicio el orden establecido, es que el joven David descubre que tiene
una diferencia: puede comunicarse mentalmente con sus pares.
Descubierta su desviación David, su hermana Petra y su novia
Rosalind, tiene que huir de Waknuk. En el camino pasan por bosques,
se contactan mentalmente con Sealands, una mujer de otro país y
llegan a Fringes, un lugar donde, a diferencia de Waknuk, todas las
plantas, animales y personas son diferentes o poseen “desviaciones”.
Fringes
entonces funciona como metáfora de la libertad y de la tolerancia,
porque Las crisálidas
es, además de una
excelente novela de ciencia ficción, un alegato filosófico contra
el autoritarismo, contra el Estado policíaco (y sus aparatos
ideológicos, teoría que desarrollaría años después Louis
Althusser), el fundamentalismo religioso y sexual, y otras varias
estupideces humanas.
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